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Las enfermedades mentales no se ocultan, se comparten

Fernando Roca Correa





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Beatriz se molestó porque una persona se le sentó al lado en el banco de la iglesia. La miró mal, le dijo que no se sentara ahí, trató de rechazarla, pero lo evitamos antes de que lo lograra. Le guiñamos el ojo en gesto de excusa a Patricia, quien nos devolvió una suave sonrisa y, con su mirada amorosa y comprensiva, nos mostró que nos entendía y que no teníamos de qué preocuparnos.


Patricia es una vecina que se volvió amiga, porque además comparte las clases de gimnasia funcional al aire libre que tomamos en la mañana un grupo de personas que abarca entre los 40 y 90 años, a las que vamos con mi esposa y a las que, obviamente, va Beatriz, mi suegra. En las clases ella es acogida, cuidada y mimada, pero sobre todo entendida por el grupo, que en su mayoría son mujeres. Todas saben que Beatriz tiene Alzheimer. Todas, sin excepción, la saludan con un abrazo o un beso y, a veces, reciben de vuelta muchos besos y abrazos o, en ocasiones, un regaño, un ligero alegato y todas, como Patricia, nos dicen: “Tranquilos, hoy Beatricita amaneció un poquito malgeniada” y sonríen. No se lo toman a mal ni personal.


Patricia también ha comenzado a andar el camino de cuidar a su mamá con un Alzheimer leve. Igual Martha, otra vecina con una bella mamá que también habla a media lengua (afasia) por los efectos de la enfermedad. Hay más casos, pero para no hacerlo largo, todas comparten historias de la enfermedad del olvido como quien comparte recetas de cocina y consejos de vida. La fortuna de no ocultar una enfermedad mental, sino incluso sacarle punta a los momentos curiosos, así como a las ocurrencias de nuestras mamás, se vuelve una ventaja que quita peso al alma y al cuerpo.


Que digan que tienen 8 años en vez de 84, que se coman algo a escondidas, nos cambien los nombres, el género o no tengan filtro para decirle a un vecino lo que nadie se atreve a decirle sobre su gordura o su calvicie, se hace risible solo porque así admitimos que la enfermedad existe y se puede compartir. Ese es el valor de atreverse a hablar en público de lo que no se habla.


Es nuestra forma de compartir con otros el Alzheimer de Beatriz y de todas las mamás. Aunque al principio costaba trabajo, ya no nos da pena su comportamiento. Así sea gente que no conocemos, nos entienden y muchas veces nos ayudan.

Eso hace que los mitos sobre las enfermedades mentales se vayan derrumbando poco a poco.

Estos cambios aparentemente pequeños se deben fundamentalmente a un cambio de actitud nuestra. Con mi esposa Gabriela, Gaby para las amigas, decidimos no ocultar la enfermedad, sino socializarla. No tener vergüenza y mostrar que, aunque no es fácil vivir con una persona con una enfermedad mental, sí es posible, y esto tiene muchas ventajas.

Derribamos estigmas sociales, hacemos evidentes situaciones que le pueden pasar a cualquiera, se hace menos desconocida la enfermedad y se crea un tejido social y de solidaridad alrededor del tema.

También se crea un factor de prevención, especialmente de seguridad física, para evitar posibles pérdidas o desapariciones. Cuando los vecinos están enterados de una condición especial como esta, ayudan. Son varias las ocasiones en que nos han ayudado a evitar que Beatriz salga del edificio con su gran habilidad y aproveche un descuido nuestro para salir escaleras abajo en busca de alguna salida. Pero por fortuna, antes la ha encontrado alguno de nuestros vecinos que le dice amablemente: “¿Doña Beatriz, para dónde va?”, y con suavidad la ayudan a devolverse a nuestro apartamento o nos avisan que está en el primer piso, pero que no ha cruzado la puerta de salida, que puede ser la puerta a la incertidumbre y el dolor porque podría perderse en la calle. Todo esto se logra porque decidimos que la enfermedad mental no se debía ocultar, sino compartir.


PASAR DEL DUELO A LA NORMALIDAD


Claro, el primer paso de admitir que nuestro ser querido, la persona dinámica, alegre y aguda que muchos conocieron ya no lo es, duele. Hay que entender los cambios buenos y no tan buenos, las transiciones, el desmejoramiento que es un proceso que es casi como una ruleta rusa que a cualquiera puede llegar en forma de enfermedad mental, como Alzheimer o Parkinson, que no son distintas a ninguna otra enfermedad, pero que tienen la desventaja de que no son visibles. Al no ser tangibles ni verlas, nos generan más desconocimiento, miedo que se vuelve rechazo y estigmatización.


Pero como ven, las ventajas de compartir una situación difícil como lo es una enfermedad mental, siempre llaman a la solidaridad, a los buenos sentimientos, al sentido de colaboración y entender mejor las situaciones para que, si algún día nos tocan, las podamos vivir de forma más fácil.

Será porque alguien se atrevió a admitir esa enfermedad mental, a compartirla y, claro, a enseñarnos. Es un aprendizaje duro, pero necesario si queremos entender mejor, convivir y manejar las enfermedades mentales.


CÓMO ANTICIPARNOS AÚN MÁS


Antes de cerrar, quiero decirles que compartir las enfermedades mentales es clave, pero incluso lo es aún más el anticiparnos. Reducir los riesgos de demencia identificando factores de riesgo como el consumo de cigarrillo y drogas, el exceso de licor, la quietud, el mal dormir, la mala alimentación con grasas y productos ultraprocesados, el estrés permanente se deben cambiar por hábitos saludables como ejercicio vigoroso a diario, alimentación sana e idealmente basada en plantas, mayor educación, estimulación cerebral, estabilidad emocional, el ser positivos y vivir en familia. Tal vez no lleven a la buena noticia de no sufrir enfermedades mentales, pero sí contribuirán a una mejor calidad de vida.


Deseo que el ejemplo de Beatriz les sirva para compartir con familia, vecinos y amigos el Alzheimer de un ser querido. De seguro le van a querer más que si no se los contamos.

 








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