Anónimo
Tengo 68 años y hace tres años me diagnosticaron Alzheimer. Al principio, fue difícil aceptar que algo estaba cambiando en mi mente. Notaba que olvidaba cosas pequeñas, como dónde dejaba las llaves o el nombre de algún conocido. Pensé que era solo parte del envejecimiento, pero cuando los olvidos comenzaron a interferir con mi vida diaria, supe que algo no estaba bien.
Vivir con Alzheimer es como caminar en una niebla densa. Hay días en los que la niebla se disipa y puedo ver con claridad, pero otros días, todo se vuelve confuso. Olvido los nombres de mis seres queridos, a veces incluso sus rostros. Mi hija me ayuda a recordar, me muestra fotos y me cuenta historias de nuestra vida juntas. Eso me reconforta, aunque no siempre logro retener la información.
La rutina se ha vuelto esencial para mí. Cada mañana, me levanto a la misma hora, tomo mis medicamentos y sigo un horario establecido. Esto me da una sensación de control en medio del caos. Mi familia ha sido mi mayor apoyo. Mi esposo ha aprendido a tener paciencia y a encontrar nuevas formas de comunicarse conmigo. Mi nieta me visita los fines de semana y jugamos juegos de mesa que ayudan a mantener mi mente activa.
He aprendido a disfrutar de los pequeños momentos: una taza de café por la mañana, el canto de los pájaros en el jardín, las risas de mis nietos. Aunque mi memoria a corto plazo está afectada, mis recuerdos de la infancia y juventud siguen vivos. Me aferro a esos recuerdos y los comparto con mi familia, transmitiéndoles las historias de nuestro pasado.
No puedo negar que hay días difíciles. La frustración y la tristeza son parte de mi vida. Pero he aprendido a aceptar la enfermedad y a vivir un día a la vez. Cada día es un nuevo comienzo, una oportunidad para encontrar alegría en los pequeños momentos y agradecer por el amor y el apoyo de mi familia.
"Vivir con Alzheimer no es fácil, pero no estoy sola. Juntos, enfrentamos los desafíos y encontramos maneras de seguir adelante, un día a la vez."
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