José Antonio García
Tengo 65 años y me diagnosticaron la enfermedad de Alzheimer en 2015, cuando tenía 59 años. Me hicieron sentir inútil y tuve que renunciar a mi trabajo. Una cosa buena que yo recibido, fue el consejo de mi profesional de la salud, que lo mejor que podía hacer es mantenerme activa física y mentalmente, lo que hago hasta el día de hoy y lo estoy haciendo muy bien.
Durante los tres años que duró el proceso diagnóstico y las pruebas de neurología, los profesionales de la salud se limitaron a darme medicamentos y no me dieron suficiente información sobre el efecto farmacológico. Me devolvieron a mi médico de familia, pero desde mi diagnóstico solo vi dos veces al neurólogo, en 2018 y 2021.
Por mi cuenta busqué ayuda no farmacológica en la Confederación Española de Alzheimer (CEAFA). Este año, disminuí la medicación y aumenté mis actividades y relaciones en general y ahora llevo una vida prácticamente normal. Estoy en una clínica de ensayo de un fármaco contra la enfermedad de Alzheimer y pertenezco al PEPA (Panel de Expertos de Personas con Alzheimer) con el fin de ayudar a dar mayor visibilidad a la demencia, así como las necesidades de este grupo y los medios para mantener nuestra autoestima.
En cuanto a las cosas que se podrían haber hecho de otra manera, quizás el seguimiento por parte del neurólogo debería ser al menos anual, con las pruebas necesarias para conocer la progresión de la enfermedad, falta información sobre los procesos y los recursos disponibles.
El diagnóstico precoz es muy importante porque a esta edad todavía tenemos responsabilidades con nuestros niños y nuestros mayores. Nuestras capacidades deben mantenerse intactas para que podamos mantener nuestra independencia durante el mayor tiempo posible. Tanto nuestros profesionales sanitarios como la sociedad en general tenemos la necesidad de aportarnos el máximo conocimiento de la enfermedad y los medios para mejorarlo
